Antes de empezar a empuñar las espadas tengo que dejar claro que mi opinión siempre es del punto de vista de fan y seguidora y como no-lectora de la saga literaria Tolkien. Dicho esto, agudicemos nuestras orejas élficas y peinemos nuestras barbas enanas para reflexionar sobre la primera parte de la trilogía de El Hobbit.
La primera impresión es que han pasado años desde que entre en la sala de cine y mi bol de palomitas se ha terminado muy rápido. Le falta movimiento en una introducción lenta y una presentación de personajes alargada en extremo. Pero lo bueno es que con ello vemos al nuevo equipo y nuestra compañía en las próximas dos películas: conocemos a los 13 enanos, sus costumbres y su increíble magnetismo conjunto. Como si de una piña se tratase se desenvuelven con gracia y con química entre ellos, como una pandilla de amigos inseparables y compañeros de armas (que al fin y al cabo es lo que son). Ellos, junto a nuestro mago favorito (lo siento Dumbledore), aceptan a un mediano entre sus filas. Bilbo nos mostrará su lucha interna sobre tomar té a las 5 de la tarde y demostrar su valía durante toda la película.
Lo bueno de no haber leído los libros es no tener expectativas y llegar completamente virgen a una historia nueva, porque si algo tiene El Hobbit es que queda muy claro que no es El Señor de los Anillos. No pongáis pucheros que eso no significa nada malo: Jackson consigue adentrarte de nuevo en la Tierra Media, contarte una historia diferente, personajes distintos con otras misiones, y trasladarte de nuevo a un viaje a través del tiempo y de las montañas.
Otro rasgo distintivo de esta nueva trilogía es el humor, patente en practicamente todas las escenas, incluso en las de acción, pero perfectamente integrado en la historia y la ambientación. Si ya nos habíamos asomado un poco en el rodaje y pensábamos tener una idea aproximada de lo que nos íbamos a encontrar, estábamos completamente equivocados. Yo la primera.
Los breves y exquisitos momentos de Gollum en pantalla (una de las mejores escenas del film); la complicidad de los enanos y su devoción; ver los destellos de lo que comienza a despertar en las sombras; volver a Rivendel, son sensaciones que solo y exclusivamente Peter Jackson nos podía devolver sin caer en la monotonía de lo conocido. Abrirnos esta nueva aventura como algo desconocido y nuevo, cuando en realidad en nuestro marcador las horas de El Señor de los Anillos se marcan por días, y conseguir que no echemos de menos a la Compañía del Anillo.
La puesta en escena, el vestuario, la posibilidad de recorrer los cielos de Nueva Zelanda una vez más, y por supuesto la magnifica banda sonora (uno de los mayores puntazos para mi gusto) te ayudan a dejarte llevar y envolverte por una historia sin presiones pero con propósitos igual de altos que su predecesora.
No todo son alegrías en el comienzo del viaje, pues se nota demasiado el poder del dinero en escenas alargadas de forma chocante y hasta alarmante con el fin de añadir minutos en el metraje. No obstante, pasaremos por alto esto porque, al fin y al cabo, hemos vuelto y no puedo negar que aunque tenga que echar horas extras acompañaré a estos 13 enanos hasta el final (ya tengo a mis favoritos y todo).
Próxima aventura: 13 de diciembre del 2013, El Hobbit: la desolación de Samug.
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