El evento mutante del año había llegado, y yo no estaba
dispuesta a perdérmelo. Gracias a Sensacine
tuve el honor de asistir al preestreno de “X Men: Días del
futuro pasado” junto a la mejor de las compañías y con mis mejores galas:
un disfraz casero de Pícara (pero de la guay). Tras el hilo de esperanza que
abrió su predecesora “X-Men: First Class”, la ilusión con la que me senté en la
butaca no se puede describir. Estaba a
punto de ser testigo de uno de los mayores cambios a los que se enfrentaba el universo
X-Men.
En medio de esa vertiente escurridiza de pequeñas (pero
impresionantes) peleas en un corre que te pillo, el alarde de poderes se
magnifica: son lo único que les separa de una muerte segura y aquello por lo
que les persiguen. Aunque han encontrado una forma de eludirlos, deben ir más
lejos y cambiar ese fatal destino que asolará a mutantes y humanos.
En un intento desesperado, el último y pequeño grupo se
aprisionará en una fortaleza que puede ser su única vía de escape o su final. Una
última carta bajo la manga les darán esperanza: enviar la mente más fuerte de
todos ellos al pasado para cambiar los hechos que originaron aquella masacre.
Lobezno, el único inmortal de la sala, levanta las garras y se prepara para
volver a los 70.
Su objetivo: convencer a una inestable Mística de no desatar
la irá de la humanidad contra ellos. Para lograrlo deberá reunir a las dos
personas que más se detestan mutuamente, un joven y desorientado profesor
Xavier, con un preso y poderoso Magneto.
La introducción de nuevos personajes, además del carisma
único de cada uno, añade un valor enorme. Así por ejemplo podemos ver a un
Mercurio joven e intrépido, con un humor tan ágil como sus destrezas innatas.
En un alarde de virtuosismo, la química en pantalla entre todos y cada uno de
los protagonistas impregna la historia de ese magnetismo que tanto amantes del
comic como visionarios de la serie echábamos de menos.
Estableciendo conexiones históricas nos expondrán los
peligrosos avances en ciencia mutante que dañarán el futuro para siempre.
Llevados por la ira y el odio, la venganza y el miedo dominarán una balanza que
solo la esperanza en el ser humano puede equilibrar. Un componente difícil de
controlar y que será el único aliado real con el que cuenten.
Entre verdadera tensión, acción a raudales, y la constante
sospecha de que todo ha cambiado nada más empezar, la película transcurre bajo
un ritmo acelerado que absorbe por completo los sentidos.
Entre esos pequeños momentos cómicos tan característicos de nuestros mutantes
favoritos y las paradojas temporales, parece que se abren camino hacia una
nueva Era de mutantes. Una página en blanco de la que no conocemos aun qué
ocurrirá ni quién estará para contarlo.
Añadiendo esos detalles que echaba de menos en los primeros
intentos de llevar a la Patrulla al cine, y que conectan en un mismo medio
comic-dibujos-películas, por fin empieza a perfilarse el carácter de un bebé
que ha necesitado muchos años para madurar y perfeccionarse.
La cumbre de los X-Men ha llegado, dejando el listón muy
alto para futuras (y aseguradas) entregas.
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